Esta batalla comenzó con un ataque a traición de los amalecitas en contra del pueblo de Dios. Estos amalecitas se habían separado de la tribu de Edom y habían formado un pueblo independiente. Su embestida se centraba en los israelitas que se ubicaban en la parte final de la larga columna hebrea, eran “todos los débiles” que iban relegados, cansados y trabajados; “Acuérdate de lo que hizo Amalec contigo en el camino, cuando salías de Egipto; de cómo te salió al encuentro en el camino, y te desbarató la retaguardia de todos los débiles que iban detrás de ti, cuando tú estabas cansado y trabajado; y no tuvo ningún temor de Dios” (Deu.25:17-19).
En el pasaje en Éxodo encontramos 2 principios esenciales que afloran de este combate entre amalecitas e israelitas. El primero lo encontramos en el acto de levantar las manos. Históricamente esta postura se ha considerado por los antiguos eruditos judíos como señal o actitud de oración y fue observada por los piadosos y fervientes adoradores; “Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar, levantando manos santas, sin ira ni contienda” (1Tim.2:8). En esta ocasión, Dios permitió que se alternaran el éxito y el fracaso, de acuerdo con la oración en posición y actitud de manos levantadas. Moisés extendió sus manos hacia el cielo para suplicar la ayuda de Dios, y entonces Israel prevaleció y venció a sus enemigos. Esta acción de levantar las manos hacia Dios, debe enseñarnos a colocar nuestra confianza en nuestro buen Padre Celestial, en aferrarnos a su fortaleza y a exaltar su trono alto y sublime. De esta manera, El peleará por nosotros y someterá a nuestros enemigos. Pero cuando dejamos de afianzarnos a Él y nos obstinamos a confiar en nuestras propias fuerzas, entonces, aún los más débiles y frágiles prevalecerán sobre nosotros.
El segundo principio que emana del texto es el trabajo en equipo. Un equipo es un conjunto de personas que realiza una tarea común para alcanzar un resultado. En el pasaje encontramos claramente que prevaleció un trabajo combinado, coordinado y acoplado. Mientras los israelitas, bajo las órdenes de Josué, luchaban por su misma existencia abajo en el valle, arriba sobre la cumbre del collado, los dos compañeros de Moisés, Aarón y Hur, le sostenían las manos cuando se cansaba. La realidad es que cuando se unifican las fuerzas e ideas, se complementan las habilidades, se producen mejores frutos y en ocasiones hasta con mayor rapidez y eficacia, a la vez, que se realiza con menor estrés del equipo. El resultado es de mayor confianza entre unos y otros, compromiso mutuo y sentido de pertenencia.
En esta experiencia hay una profunda lección espiritual para cada creyente y para la Iglesia como comunidad de fe. Mientras las manos estén extendidas al cielo en actitud de oración y el alma del cuerpo de Cristo se esfuerce a trabajar como un solo equipo, no ha adversario espiritual ni terrenal que los puedan vencer.
Por: Pastor Domingo Pérez Badillo