Al escudriñar el texto en Marcos, al igual que en el resto de los evangelios sinópticos, encontramos que lo evangelistas presentan el mismo tema central; el ego. En términos generales, el ego es manifestado cuando a una persona en particular se le ha lacerado o lastimado la estima, que ha provocado o produce como consecuencia una ruptura o fragmentación en su sistema emocional. Esa persona por lo general, crece con unas deficiencias y cuando tienen una oportunidad, que incluso, el mismo Dios se la puede brindar, entonces la tergiversan y provocan situaciones donde ellos mismos sean el centro de atracción.
Los discípulos tenían un problema bien grande, y el problema no radicaba en la fe, sino en un elemento emocional de querer ser grandes, importantes, sentirse que eran especiales y que tenían un lugar especial, y de hecho, lo tenían, pero no era para convertirse en dueños, sino en servidores del Reino. Ellos necesitaban saber o más bien, su ego estaba clamando en ese momento; “¿quién es el mayor”?
Y esto era precisamente lo que discutían por el camino, ese era el gran dilema y dice el texto en Marcos, que Jesús los estaba escuchando. La realidad es que toda esta situación tendría que ser una embarazosa y desconcertante para Jesús. Resulta extraño, que ante la inminente agonía, por la cual el Maestro pronto pasaría, los discípulos estuvieran discutiendo acerca de sus propios rangos; “¿quién es el mayor?”.
Entonces, Jesús, les da una lección de gran importancia de cómo tratar el asunto del ego. Aquella idea o lo que ellos pensaban que significaba “ser grande” tenía que cambiar radicalmente. La realidad es que la verdadera grandeza no consiste en que una persona se coloque a sí misma por todo lo alto y de allí mirar a los demás con una actitud de autocomplacencia o desprecio. En realidad, es todo lo contrario y lo que Jesús les quiere enseñar a sus discípulos es que la verdadera grandeza radica en identificarse con los problemas de los demás, sentir empatía hacia ellos y ayudar en toda manera que sea posible. Pero, para lograr esto es necesario quebrantar toda vanidad, ambición egoísta, soberbia, espíritu de altivez, y a la misma vez, permitir que el Señor Jesucristo sea el único mayor y el más grande.
Luego, Jesús, toma a un niño en sus brazos y les dice a sus discípulos, en otras palabras, “ustedes tienen que olvidarse de rangos y de ese ego de querer ser grandes, más bien, tienen que concentrar su atención a las necesidades de un niño. Ese niño representaba debilidad, necesidad, dependencia y humildad (opuesto al ego). Les estaba diciendo que tenían que reenfocar su definición de grandeza y comenzar a ver las necesidades de un niño como su foco de atención. Esa es la esencia de la verdadera grandeza.
Por: Pastor Domingo Pérez Badillo