La necesidad de un profundo amor se plantea en los evangelios. Un amor donde cooperan el corazón, el alma y la mente, de la manera en que lo expresó el propio Jesús cuando dijo; “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente” (Mt.22:37). Por lo tanto, un amor más profundo es posible. Es viable con el corazón porque es el eje de la existencia del hombre. Es factible con el alma porque representa toda la actividad emocional del ser humano. Es ejecutable con la mente porque es la fuente de la vida intelectual del individuo. Es decir, Jesús nos expresa que el ser humano debe amar a Dios con todas las facultades con que Dios le ha dotado. El punto que quisiera resaltar o destacar es que todo este derroche de amor no puede recibir una respuesta a media.
Esta realidad nos conduce al texto y específicamente a la mujer, “que había sido pecadora”, y que en ese instante se encontraba, a todas luces, sin invitación en la casa de Simón el fariseo. Aquella mujer sintió la inmensa necesidad de traer una ofrenda de gratitud, en favor de la persona que le había cambiado el rumbo de su vida. Era su respuesta al amor incondicional que había recibido del Señor, era la oportunidad que se le presentaba de mostrar un amor más profundo, un amor donde participan el corazón, el alma y la mente. De pronto, aquella mujer con un profundo agradecimiento y un corazón rebosando de amor, estalla en lágrimas, se desata la cabellera, se inclina hacía los pies de Jesús, los besa y del frasco derrama el perfume sobre ellos.
Jesús resalta, subraya, distingue y destaca la respuesta de aquella mujer. Era su manera de manifestar un profundo amor. Su acertada respuesta fue amar a Jesús con todas las facultades con que el Todopoderoso la había dotado. En vez de agua para los pies de Jesús, ella proporcionó lágrimas indicativas de arrepentimiento. En vez de un beso en la mejilla, ella besó en repetidas ocasiones sus pies símbolo de gratitud. En vez de aceite de oliva barato, ella derramó un perfume precioso y fragante a sus pies como muestra de adoración. Aquella mujer se desbordó hasta donde le alcanzaban las fuerzas, de amor, como resultado de haber sido perdonada. Un profundo amor es y debe ser siempre el fruto del perdón.
Por: Domingo Pérez Badillo