Alianza de Camuy

La Gloria de Dios (Exodo 40:34-35)

“Entonces una nube cubrió el tabernáculo de reunión, y la gloria de Jehová llenó el tabernáculo. Y no podía Moisés entrar en el tabernáculo de reunión, porque la nube estaba sobre él, y la gloria de Jehová lo llenaba” (Exodo 40: 34-35)

Las Escrituras registran con lujo de detalles, la construcción del tabernáculo de reunión por parte de los israelitas, bajo el liderato de Moisés, quién a su vez, recibió órdenes específicas en el Monte Sinaí de parte de Dios. Cada lugar, utensilio, material, vestimenta, en fin, todo estaba estrictamente detallado y con un propósito o significado particular. Sin embargo, lo mas importante del tabernáculo era que la presencia de Jehová estaba allí.

Hoy, no existe el tabernáculo, pero del mismo modo, la presencia del Espíritu Santo en la vida del creyente es lo mas importante. El propósito principal de cada ser humano debe ser glorificar a Dios y gozar de su presencia. Dice Apoc. 4:11; “Señor, digno eres de recibir gloria, y honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas”. La realidad es que algunos, solo parecen tener una noción teórica de lo que representa la presencia de Dios, cuando verdaderamente existe la oportunidad de experimentarla. Job lo decía de la siguiente manera; “De oídas te había oído, mas ahora mis ojos te ven”.

Antes de continuar, cabe hacer mención de la siguiente pregunta; ¿La Gloria de Dios es algo místico y superficial o es una experiencia espiritual que el creyente puede percibir y apreciar? Comencemos con algunas descripciones que la propia Escritura adjudica. Se describe como el esplendor y la majestad de Dios. El autor de primera de Crónicas expresa; “Tuya es, oh Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas. Tuyo, oh Jehová, es el reino, y tú eres excelso sobre todos” (1 Cr. 29:11). El profeta Habacuc no se queda atrás y la describe así: “Su gloria cubrió los cielos, Y la tierra se llenó de su alabanza.Y el resplandor fue como la luz; Rayos brillantes salían de su mano, Y allí estaba escondido su poder” (Hab. 3: 3-4).

Sin dudas, el autor de Crónicas y el profeta Habacuc estarían de acuerdo en adjudicar la experiencia del Apósto Pablo camino a Damasco, a una manifestación poderosa de la Gloria de Dios, cuando Hechos 3:3 declara; “Mas yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo”. Es precisamente, esa grata y fuerte presencia que, Dios quiere manifestar a su pueblo cada día y disfrutando íntimamente a solas con él.

Los grandes hombres de la Biblia oraban, mejor dicho, imploraban para que el Señor manifestara su gloria. Moisés, por ejemplo, se valió que ya conocía a Dios para pedir una revelación mayor de su presencia, cuando en Exodo 33:13 dice; “Ahora, pues, si he hallado gracia en tus ojos, te ruego que me muestres ahora tu camino, para que te conozca, y halle gracia en tus ojos”. Y no satisfecho con esto, le insiste aún más en el versículo 18 cuando reitera; “Te ruego que me muestres tu gloria”.

Crónicas utiliza dos palabras para describir la gloria de Dios, estas son, magnificencia y poder.Esto me traslada al encuentro de Jesus con Marta y María. Será posible que Lázaro resucite, después de todo, llevaba cuatro días muerto, a lo que Jesús declara con una autoridad impresionante; “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?”. Cuando Jesús, el Hijo del Dios viviente, desata Su poder, Su gloria es manifestada. Esa gloria en el original era el “Shekinah”, que significaba, morada de Dios, ahora en el Nuevo Testamento, el equivalente de la “Shekinah”, era la persona de Jesucristo.

La Gloria de Dios hecha carne, que vino a habitar entre los hombres; “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14).El Apóstol Juan pudo testificar de esa gloria en varias instancias, una de ellas, sin duda, en el Monte de la Transfiguración, el evangelista Mateo describió el evento así; “Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz” (Mt. 17:1-2).

A través de toda la historia hemos visto diferentes hombres de Dios que han manifestado experimentar la Gloria de Dios en sus vidas; Martin Lutero, Juan Wesley y el propio Alberto Benjamín Simpson (Fundador de la Alianza Cristiana y Misionera), por mencionar algunos. A nosotros mismos se nos ha prometido, como parte de nuestra experiencia futura, ver la Gloria de Dios, y el escritor de Hebreos lo redactó así; “Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la Gloria” (Heb. 2:10).

Me parece meritorio insistir en la pregunta inicial; ¿La Gloria de Dios es algo místico y superficial o es una experiencia espiritual que el creyente puede percibir y apreciar? Inicialmente, hice referencia al tabernáculo. Debió ser un lugar impresionante. En los atrios, estaba el altar del holocausto y la fuente de bronce. En el lugar santo, se encontraba el altar de perfume, la mesa del pan de la proposición y el candelero de oro. En el lugar santísimo, se ubicaba el arca del pacto y el propiciatorio. Ahora bien, el lugar santo era dividido del lugar santisimo por un velo. Y nadie podía pasar, solo el Sumo Sacerdote una vez al año.

Era en el lugar santísimo, sobre la tapa del arca, llamada propiciatorio, una vez se ofrecía el sacrificio, que se manifestaba la Gloria de Dios. Y esto era lo más importante del tabernáculo, la presencia del Señor, la morada de Dios lo llenaba, la “Shekinah” de Jehová se manifestaba allí y el pueblo experimentaba Su gloria, celebraban y adoraban.

Existía una gran disparidad entre la experiencia en el lugar santo y la del lugar santísimo, una diferencia abismal y lo que establecía esa diferencia era precisamente un velo. Ahora bien, ese velo dice la Palabra de Dios, que el día que Cristo murió en la cruz, ese velo se rasgó en dos; “Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu. Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo”. (Mt.27:50-51). ¿Cuál es el significado de esto? Implica que desde ese instante en adelante, ya no existiría mas impedimentos para que Dios revelará su Gloria a todo aquel que confiadamente le buscara. Ya no existiría velos de separación, tampoco intermediarios y ahora tendríamos entrada directa a su divina presencia.

Y entonces; ¿Cuál es el impedimento ahora? ¿Por qué las personas no experimentan la Gloria de Dios en su vida? ¿Por qué la gente ahora pudiendo entrar al lugar santísimo, prefieren mantenerse en el lugar santo? ¿Por qué? La respuesta puede variar, pero en el mayor de los casos, el problema continúa siendo el velo, pero ahora un velo auto-impuesto. Mucha gente se ha colocado un velo; yo le llamo; “El velo de separación”; que conservan en sus corazones y que les impide ver la Gloria de Dios.

Y a esos velos; ¿se le pueden colocar nombres? ¡Claro que si! De hecho, la lista es larga: El yo—pecados ocultos—justificación propia—raíces de amargura—autosuficiencia o falta de dependencia de Dios—la admiración de sí mismos—el amor propio—el orgullo—autoalabanza—egoísmo—carencia de fe—dejadez—complacencia—complejos—carácter—vagancia espiritual—procrastinación—reconocimiento—y hay muchos más velos de separación que impiden ver la Gloria de Dios.

Es posible que el velo no sea bonito, tal vez ni siquiera te guste hablar sobre el, quizás hasta se te haga difícil verlo, pero; ¿qué hacemos? ¿Para cuándo lo vamos a dejar? La realidad es que Dios lo quiere quitar, no importa cuál sea el velo, tampoco cuán difícil sea reconocerlo, o si lleva tiempo o no. El velo fue rasgado en la cruz del calvario para que pudieras hoy experimentar Su gloria. Dale una oportunidad al Espíritu Santo a quitar el velo de separación para que puedas comenzar a disfrutar de Su dulce y fuerte presencia.

Por: Pastor Domingo Pérez Badillo