Huelga decir que enfrentamos, de nuevo, retos de carácter históricos. Nos arropa una gran incertidumbre como País, que algunos ven como un obstáculo en el camino. Me pregunto, si realmente es un nuevo obstáculo o es otra cosa. Tal vez, la mejor manera de observar lo que estamos viviendo es verlo como un tiempo de aprendizaje. Es posible que Dios nos quiere mostrar o enseñar algo que no lo estamos viendo porque vamos demasiado rápido por la vida. O tal vez, es una nueva oportunidad. Si, una oportunidad para ver cuan arraigada está nuestra fe. Una oportunidad para demostrar realmente en quién hemos creído. Una nueva oportunidad para que, en medio de la crisis, la ansiedad y la vicisitud que vive nuestro pueblo, la iglesia pueda colocar su mejor pie delante, si; una nueva oportunidad para que la iglesia sea iglesia, para que se crezca y le muestre a todo un País en quién verdaderamente a creído. ¿Y en quién a creído? En aquel que dijo; “Yo estaré contigo”. ¿Solo en las buenas? No; también en el valle de sombra.
Y es que no podemos ver lo que está sucediendo como una mera interrupción a nuestra vida cotidiana. No los es, es mucho mas que eso. Es un tiempo de profunda reflexión sobre nuestro camino con Dios. Y mientras lo hacemos, y si lo hacemos bien, encarnaremos el evangelio. La realidad es que, aunque suene extraño, el proceso de vivir esta crisis hay que abrazarlo. Y tal vez lo veamos como un desierto, pero aún en el desierto no podemos tomar atajos. Las aflicciones son parte de la experiencia de la vida cristiana de lo cual ninguno de nosotros estamos exentos y de lo que todos crecemos.
Los salmos siempre han tenido un encanto especial para los creyentes de todos los tiempos. Y del salmo 23 ni se diga; es un verdadero tesoro espiritual. Note que el salmista comienza diciendo en el versículo 4; “Aunque ande”; y lo que está diciendo es que a veces los valle no pueden ser evitados, que son necesarios para llegar al lugar a donde Dios nos quiere llevar. Los valles representan circunstancias extremas, sombrías, oscuras, peligrosas. Muchas veces estas circunstancias nos llevan al miedo a lo que el salmista afirma; “no temeré mal alguno”. En ocasiones la incertidumbre sobre el futuro es más difícil para nuestra fe que la presión de una crisis presente. La razón es el miedo. El miedo nos hace realizar o pensar en cosas que no haríamos o pensaríamos si no tuviéramos miedo. Sin embargo, el salmista nos aconseja, porque esa era su propia experiencia; “no temeré mal alguno”. No importa si el peligro es visible o invisible, Dios estará con nosotros en al valle. Saber esto, es tremendo consuelo. Tener la certeza de la presencia de Dios, saber que va a estar nosotros en el valle, nos asegura que finalmente saldremos de el.
Por último, el salmista hace mención de la vara y el cayado. Dos instrumentos que en las manos del Buen Pastor nos infunden confianza, aliento, consuelo, dirección y protección.
Los valles son necesarios. Son aprendizajes y oportunidades. A veces es, hasta la excusa de Dios para acercarnos a El. La realidad es que perdemos eficacia como cristianos cuando solamente tenemos experiencias en la cima de la montaña. De ahí la necesidad de experiencias en el valle. ¡Qué bueno es saber, que igual ahí el Señor estará con nosotros! Por lo tanto, no desaprovechemos tan costoso aprendizaje en el valle, queriendo ir a cien millas por hora para zafarnos de la situación actual lo antes posible. Mas bien, detengámonos a reflexionar en lo que está pasando en todas sus dimensiones. Practiquemos con mayor insistencia las disciplinas espirituales. Regresemos a los altares familiares. Solo así estaremos atentos a la voz de Dios. De lo contrario, habría sido en vano tanto sacrificio y dolor. Caminemos juntos este valle, teniendo presente que no estaremos ahí para siempre, que regresaremos a la cima de la montaña y allí todos contemplaremos un nuevo amanecer.
¡Qué Dios les bendiga y que bendiga a Puerto Rico!