Suele decirse que la salvación es el tema principal del Nuevo Testamento y que por sí misma constituye una amplia realidad, que abarca desde el rescate del peligro que supone la culpa del pasado, la esclavitud del pecado en el presente, y del infierno venidero; pero toda la salvación descansa sobre la muerte expiatoria de Cristo, de la que se deriva. Su cruz constituye el eje central de cada uno de los cuatro Evangelios; y como sacrificio por el pecado, la cruz se manifiesta como el objeto de la fe, el centro de adoración, el fundamento para vivir una vida como individuos salvos.
Dios estableció en el pueblo de Israel, como parte de su pacto, un sistema de sacrificios mediante el cual se derramaba frecuentemente la sangre de los animales sin mancha, ofreciéndola a Dios para hacer expiación por los pecados. Estos sacrificios establecieron una pauta que se cumpliría en el sacrificio único y suficiente de Jesucristo, el Hijo de Dios sin pecado, que fue tanto sumo sacerdote como víctima de esta transacción expiatoria. Si bien los pecados fueron “pasados por alto” (Rom.3:25) cuando se ofrecieron fielmente los sacrificios prescritos en el Antiguo Testamento, no fue la sangre de los animales, sino la de Cristo, la que los borró. Su muerte fue por todos los pecados que quedaron remitidos antes de ese acontecimiento, así como por todos los cometidos después de éste.
Las Escrituras establecen que todo ser humano necesita expiar sus pecados, pero carece del poder y los recursos para hacerlo. No es posible disfrutar de la aceptación y relación con el Creador santo, que aborrece y castiga el pecado, sin que medie una expiación, y nosotros que la necesitamos, no podemos alcanzarla dado que el pecado estropea todo lo que hacemos. El apóstol Pablo, abre el camino para su proclamación de la expiación en Romanos 3:21-26, explicando a fondo que todos los seres humanos viven bajo el poder del pecado, y por tanto son culpables ante Dios, y no pueden esperar otra cosa que ira, enojo, tribulación y angustia.
En el Nuevo Testamento, el apóstol Pablo, es el principal teólogo de la expiación, fusionando en un solo esquema todos los puntos de vista relativos a la cruz que otros escritores, como Pedro, Juan y el escritor de los Hebreos, desarrollan por separado. Siendo el sacrificio prefecto por el pecado, la muerte de Cristo garantizó la redención, es decir, el rescate o liberación mediante el pago de un precio de aquellos que estaban cautivos en una esclavitud de la que no podían escapar.
Pero, frente a la impotencia humana, el evangelio declara que Dios, el Creador ofendido, por su amor, gracia y misericordia, piedad, bondad y compasión, ha ofrecido la expiación que exigía el pecado humano. El precio muy elevado; “no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros” (Rom.8:32). Esta sublime gracia es el centro de toda la fe, la esperanza y la vida en el Espíritu.
Así, la muerte de Cristo propició a Dios, es decir, satisfizo su justa ira contra los pecadores que la causaban. La cruz de Cristo tuvo este efecto porque el propio Cristo, representó a los pecadores, ocupando su lugar bajo el juicio divino y soportando la retribución que ellos merecían; de este modo, Jesús murió como nuestro sustituto, clavando en su cruz el registro condenatorio de nuestras transgresiones, como el motivo de su muerte, aludiendo a la lista de crímenes que se clavaba a la cruz de un criminal.
La resurrección de Cristo demuestra la eficacia de su muerte como expiación por el pecado, y su reino presente se introdujo mediante su muerte expiatoria, que constituye su base. El cristianismo bíblico se centra en la cruz y se orienta siempre hacia la expiación. La vida en el Cristo resucitado es la vida a través del Cristo crucificado; todo aspecto de la relación entre los cristianos y Dios viene determinado, en última instancia, por la expiación.
La expiación no solamente hizo posible la salvación para el pecador, sino que les asegura; (1) Una posesión judicial adecuada por medio de la justificación. Esto incluye el perdón de los pecados, la adopción de hijos y el derecho a una herencia eterna. (2) La unión espiritual de los creyentes con Cristo por medio de la regeneración y de la santificación. Esto incluye la modificación gradual del viejo hombre a la posesión del nuevo hombre creado en Cristo Jesús. (3) Su bendición final en la comunión con Dios por medio de Jesucristo, en la glorificación y en el gozo de la vida eterna en una nueva y prefecta creación.
En resumen, la expiación presenta el pecado como algo que contamina al hombre y que interrumpe su relación con Dios. Indica que es Dios mismo quien provee el medio para restablecer la relación rota por el pecado ya que el hombre no puede hacerlo. Demuestra la justicia de Dios, porque El demanda un castigo por el pecado, y también su amor, porque El provee un sustituto para el pecador. Finalmente, demuestra los beneficios para aquel que acepta la provisión expiatoria de Dios. Hay limpieza de la contaminación, perdón de la culpa y liberación del castigo merecido.
¡Amados hermanos, cuán grande es el amor de Dios! Nosotros merecíamos el castigo eterno, pero Cristo murió en nuestro lugar. Gracias sean dadas a Dios por nuestro bendito y eterno sustituto.
Por: Pastor Domingo Pérez Badillo
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